Carl G. Jung, médico y psicólogo,
formó parte del círculo de Sigmund Freud que crearía el método
del psicoanálisis, pero llega un punto en que se distancia de las
teorías freudianas. Freud defendía que todos los porblemas de
personalidad en los adultos eran fruto de traumas de infancia no
resueltos que se quedaban latentes en el inconsciente. Por su parte
Jung pensaba que el comportamiento humano era demasiado complejo como
para recluirlo y atribuirlo en exclusividad a la “memoria de la
infancia”, y entonces crea su teoría del inconsciente
colectivo; una parte de la mente humana inconsciente que nos
conecta de alguna manera con los demás individuos, en donde residen
unos patrones de comportamiento universales llamados arquetipos.
Los arquetipos pueden mostrarse en forma de símbolos en los sueños,
son la fuente de la imaginación colectiva que creó la mitología en
épocas pasadas. Dioses, espíritus, demonios, ángeles,
extraterrestres... son la parte reconocible en nuestro pensamiento
racional, de “cosas” que superan la comprensión lógica de la
mente humana, que residen en lo incognoscible. No voy a posicionarme
en si estas “cosas” son realidad o fruto de la imaginación
humana, pues este es un debate filosófico fútil para el tema que
nos ocupa. Son realidad en la mente humana, pues son
pensamientos, y con esta apreciación nos bastará por el
momento.
Según Jung, el arquetipo tiene una
esencia y una apariencia, siguiendo con la filosofía Kantiana del
noumen y el fenoumen. Según la cultura o la educación(parte
racional y visible de la mente humana) que hayamos recibido, un mismo
arquetipo o principio de comportamiento puede manifestarse de una
forma u otra. Por ejemplo, si somos cristianos podemos soñar con
ángeles y demonios, y quizás aquel sueño tenga el mismo
significado profundo que el de un ateo que sueñe con distintas
figuras extraterrestres. Un arquetipo X puede tomar una forma u otra
en nuestra mente simbólica de los sueños o del lenguaje según la
cultura en donde se encuentre la persona.
Pero las teorías de Carl Jung han sido
ampliamente abandonadas tanto por la ciencia, como por la medicina y
los estudios reglados de psicología. ¿Por qué? Enlazo ahora con la
creencia oficial de lo que es “real”. Defender que las imágenes
de un sueño son algo así como “reales” supone a día de hoy
tener en contra a toda la estructura de los estudios universitarios,
con sus becarios, profesores interinos, profesores titulares,
catedráticos, y rectores que conforman este sistema de transmisión
de “conocimiento” con raíces en el sistema feudal, que en la
época de Internet y de las nuevas tecnologías todavía no ha
encontrado la oportunidad de modernizarse. Estamos hablando de un
sistema de “conocimiento” en donde para conseguir una plaza hay
que rendir pleitesía a tu superior, y hay que enseñar a los jóvenes
alumnos lo que diga el catedrático del departamento que lleva
viviendo como un rey desde hace cuarenta años y que desde que
consiguió la plaza no ha abierto ni una revista científica ni un
libro para informarse de las nuevas tendencias socioculturales. Pero
trabajan la mitad que un trabajador normal, y cobran cuatro veces
más.
Después de quedarme a gusto criticando
el sistema feudal-universitario, volvamos al estudio de la psicología
humana. Jung es defenestrado del sistema. Es un “hereje” porque no
comparte la visión materialista de la “ciencia”. Y digo la
palabra “hereje” porque Jung realiza una investigación
exhaustiva precisamente de los gnósticos, los acusados de herejía
durante la edad media, declarándose él mismo algo muy próximo a
“gnóstico”. La persona “gnósitca” es aquella que “conoce”.
El gnosticismo es un sistema de pensamiento enfocado a la realización
personal, a obtener el equilibrio entre las distintas facetas que
componen la vida humana, libre de obediencias externas como podrían
ser la de un estado opresor o la de una religión como la del
vaticano. El gnóstico ve por él mismo, y elige su propio camino.
Jung llegó a sus conclusiones después
de una vida dedicada el estudio de la mente humana, tanto mirando
hacia su interior, como analizando a sus pacientes. En la carrera de
psicología actual se enseñan, por contra, las teorías de Lacan,
una persona que realizó sus estudios con perros. Sí, con perros.
Esto no es ninguna metáfora despreciativa hacia ningún colectivo
humano. La psicología “humana” que se enseña en la universidad
está basada en la psicología del perro. Entonces me pregunto yo,
porque tengo una mente inquieta y a menudo me hago preguntas
subversivas: ¿no será que hay alguien en cierta posición de poder
a quien le interesa que el ser humano sea visto como un perro? ¿No
será que interesa que el ser humano funcione con estímulos
premio-castigo, y acate obedientemente las normas de su amo? ¿En
dónde quedan entonces los coneptos de conciencia, libertad,
responsabilidad, libre albedrío, si la psicología universitaria es
la del perro? Y si obedeciendo a tu amo llega un punto en que
encuentras que falta algo en tu vida, estás cansado de la monotonía,
sueñas cosas fantásticas que no tienen nada que ver con tu realidad
diaria, y te deprimes, entonces para eso están las compañías
farmacéuticas, que nos suministrarán inmediatamente antidepresivos
para que dejemos de hacernos estas preguntas “raras”.
Carl Jung: Recuerdos, sueños y pensamientos(1961). Extracto del capítulo 12: Últimos Pensamientos.
A
la luz siguen las tinieblas, la otra cara del Creador. Este
desarrollo alcanza su punto culminante en el siglo XX. Ahora el mundo
cristiano se enfrenta realmente con el principio del mal,
concretamente con la franca injusticia, tiranía, mentira, esclavitud
y coacción de conciencia. Esta manifestación del mal sin disimulo
ha adoptado en el pueblo ruso figura permanente al parecer, aunque el
primer brote de incendio
se produjo en los alemanes. De este modo se ha evidenciado hasta qué
grado está socavado el cristianismo del siglo XX. Frente a esto el
mal ya no se deja equiparar con el eufemismo de la inofensiva
privatio boni. El mal se ha convertido en realidad
determinante. Ya no se puede eliminar del mundo una perífrasis.
Debemos aprender a contar con él, pues quiere vivir con nosotros.
Cómo sería ello
posible: sin grandes desgracias no es de momento concebible. En todo
caso, necesitamos una reorientación, es decir una metanoia. Si se
habla del mal existe el peligro de caer en él. Y ya no está
permitido «caer», ni siquiera en el bien. Un supuesto bien en el
que se cae pierde su carácter moral. No se
trata de que se convirtiera en mal, pero desencadenaría malas
consecuencias por haber caído en él. Toda adicción es mala,
independientemente de si el narcótico es el alcohol, morfina o
idealismo. Tenemos que estar prevenidos de pensar sobre el bien y el
mal como opuestos absolutos. El criterio sobre la acción ética ya
no puede consistir en la simple visión que el bien tiene la fuerza
de un imperativo categórico, mientras que el llamado mal puede
resolutivamente ser evitado. El reconocimiento de la realidad del mal
necesariamente relativiza tanto al bien como al mal, convirtiendo a
las dos mitades en un todo paradójico. En la práctica esto
significa que el bien y el mal pierden su carácter absoluto y
nosotros nos vemos forzados a reflexionar que representan juicios. La
imperfección de todo juicio humano nos sugiere siempre la duda de si
nuestra opinión es siempre acertada.
También
podemos encontrarnos sometidos a un juicio falso. Por ello el
problema ético se capta solamente cuando nos sentimos inseguros
respecto a nuestra calificación moral. Con todo, debemos decidirnos
éticamente. La relatividad de lo «bueno» y lo «malo» no
significa en absoluto que estas categorías queden invalidadas o no
existan. El juicio moral se encuentra presente siempre y en todas
partes con sus consecuencias psicológicas características. Tal como
he subrayado en otro lugar, el error cometido, planeado y pensado se
vengará en nuestras aulas en el futuro igual que ha hecho hasta el
presente, independientemente de que el mundo haya cambiado o no para
nosotros. Son solamente los contenidos
del juicio los que sucumben a las condiciones de lugar y tiempo, y
varían paralelamente. La valoración moral se fundamenta siempre en
nuestro código de costumbres, que nos parece seguro, que pretende
saber lo que es bueno y malo. Pero ahora que sabemos lo inseguro que
es el fundamento, la decisión ética se convierte en una acto
creador subjetivo que sólo podemos asegurarnos concedente Deo,
es decir, necesitamos un impulso espontáneo y decisivo por parte del
inconsciente. La ética, es decir, la decisión entre Bien y Mal, no
es afectada por esto, sólo se dificulta. Nada puede ahorrarnos la
tortura de la decisión ética. Por esta razón, por duro que pueda
sonar, debemos de tener la libertad en algunas circunstancias de
evitar el conocido bien moral y realizar lo que es considerado como
malo, si nuestra decisión ética lo requiere. En otras palabras: no
hay que caer en los extremos. Frente a una parcialidad de ese tipo
disponemos del modelo del netineti de la filosofía India. En
ella el código de la moral, si el caso lo exige, se suprime sin
falta y se deja a la decisión ética del individuo. Esto no es en sí
nada nuevo, sino que se ha conocido ya desde la época prepsicológica
como «colisión de deberes».
El
individuo, sin embargo, es generalmente tan ignorante que desconoce
en absoluto sus propias posibilidades de elección y por esta razón
busca siempre angustiadamente las reglas y leyes externas en que
poder confiar en su desorientación. Visto desde la insuficiencia
humana general, una gran parte de culpa reside en la educación, que
promulga las antiguas generalizaciones y no dice nada sobre los
secretos de la experiencia personal. Además, todos los esfuerzos se
realizan en enseñar creencias idealizadas o conductas que la gente
sabe en sus corazones que nunca las podrán poner en práctica y
estos ideales son predicados por docentes que saben perfectamente
que nunca han vivido en estos altos estándares y nunca lo harán.
Esta manera de enseñar es aceptada sin reparos.
Así
pues, quien desee obtener una respuesta al actualmente planteado
problema del mal necesita en primera instancia un autoconocimiento
básico, es decir, el mejor conocimiento posible de su totalidad.
Debe saber sin paliativos hasta qué punto es capaz de hacer el bien
y qué crímenes puede cometer, y debe cuidarse de considerar a uno
como real y al otro como ilusorio. Ambas cosas son ciertas como posibilidad
y ni una cosa ni la otra se eludirán completamente, si quiere —como
debe— vivir sin autoengaño ni autodecepción. Sin embargo, en
general, se está desesperantemente lejos de un tal grado de
conocimiento, pese a que en muchos hombres de hoy sería
perfectamente posible un autoconocimiento más profundo. Tales
autoconocimientos son necesarios porque sólo en virtud de ellos
resulta posible aproximarse al aspecto básico o al núcleo de la
esencia humana, donde choca con los instintos. Los instintos son, a
priori, factores dinámicos de los que dependen en última instancia las
decisiones éticas de nuestra consciencia. Se trata del inconsciente
y sus contenidos, acerca de lo cual no existe ningún juicio
definitivo. Sólo se pueden tener prejuicios, pues no resulta posible
captar su esencia y fijarle límites racionales. Sólo se alcanza
conocimiento de la naturaleza mediante la
ciencia que amplía el campo de la consciencia, y por ello también
la ciencia necesita autoconocimiento profundo, es decir, necesita de
la psicología. Nadie construye un telescopio o microscopio, por así
decirlo, a pulso y con buena voluntad, sin conocimientos de óptica.
Hoy
necesitamos la psicología por razones vitales. Nos encontramos
perplejos, confusos y desorientados frente al fenómeno del
nazismo y del bolchevismo, porque no se sabe nada de los
hombres o sólo se tiene de ellos una imagen parcial y desfigurada.
Si tuviéramos autoconocimiento no sucedería esto. Ante nosotros se
alza la terrible cuestión del mal y no se sabe siquiera dar una
respuesta. Y si se supiera darla no se podría concebir «cómo pudo
suceder todo esto». Con genial ingenuidad
un estadista explica que no tiene «imaginación para el mal».
Completamente correcto: no se tiene imaginación para el mal, pero él
nos tiene a nosotros. Unos no quieren saber esto, otros se sienten
identificados con el mal. Tal es la actual situación psicológica
del mundo: unos se imaginan aún cristianos y creen que pueden
aplastar el llamado mal bajo sus pies; otros han caído en él y
ya no ven el bien. El mal se ha convertido actualmente en un Gran
Poder: una mitad de la humanidad se apoya en una doctrina fabricada
por la racionalización humana; la otra mitad enferma por falta de un
mito apropiado a la situación. En lo que respecta al pueblo
cristiano, su cristianismo está dormido y ha olvidado en el
transcurso de los siglos construir nuevamente su mito. No se ha
prestado atención a aquellos que expresaron los oscuros movimientos
de crecimiento en las concepciones míticas.
Un
Gioacchino da Fiore, un Maestro Eckhart, un Jakob Boehme y tantos
otros siguen siendo para las masas hombres oscuros. Un único rayo de
luz es Pío XII y su dogma. Pero ni siquiera se sabe de qué hablo
cuando digo esto. No se comprende que haya muerto un mito, si ya no
vive ni se desarrolla.
Nota:
sube el volumen y los graves de tu reproductor ;)
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