Menger es uno de esos sabios de los cuales es interesante
saber sobre su vida, a la par que sobre su obra. Menger trabajó de periodista
una vez doctorado, haciendo boletines sobre el estado del mercado. Aquella
larga labor de investigación en la calle(un sitio en el que raramente
encontramos académicos) observando cómo se formaban los precios de las
mercancías, le hizo dudar de las teorías oficiales, pues se dio cuenta que los
hombres de negocios preferían sus métodos prácticos para fijar los
precios, antes que las teorías académicas tradicionales. En 1871 publica Principios
de economía política. En él, argumenta su tesis del valor subjetivo de las
cosas, independientemente de lo que haya costado su anterior producción. Menger
entonces choca frontalmente con la corriente que predominaba por aquel entonces
en los territorios de habla alemana, la Escuela Historicista, que reniega de la
validez de los postulados teóricos de Menger, pues los historicistas sólo
tienen en cuenta la observación del pasado histórico o estadístico, negando la
validez de cualquier especulación teórica. Entonces se establecen una serie de
discusiones académicas muy duras con el representante de la escuela alemana
historicista, Schmoller, que gozaba de mayor prestigio. El resultado fue que
Menger se quedaría solo defendiendo sus posturas, y se encuentra con una dura
lucha dialéctica que le lleva al ostracismo en Alemania. Schmoller llega a
decir cosas como que Menger no está capacitado para enseñar, e incluso
le devuelve una publicación que aquél le envió a modo explicativo, añadiendo
que ni tan siquiera había perdido el tiempo para leerla. Y entonces pasan
aquellas cosas mágicas que suceden sólo de vez en cuando en la historia, de
manos de hombres capacitadísimos que tienen que luchar contra unas opiniones
que prevalecen en un momento dado. Menger se da cuenta de que sus teorías no
son aceptadas por sus contemporáneos, no porque éstas sean erróneas, sino
porque no se ha podido llegar a entender ni tan solo el método que había usado
él para poder llegar a estas conclusiones. Entonces sigue investigando, pero esta vez en el campo de la filosofía, sobre la manera en que el ser humano
puede llegar al obtener conocimiento de la llamada realidad. Estudia
filosofía de la ciencia. Y después de ocho años, publica sus Investigaciones
sobre el método. Y...¡SORPRESA! ...el tío lo rompe.
Ahora empiezan a permear sus ideas que formaron la Escuela
Austriaca de Economía, aunque sus investigaciones sobre el método
todavía quedan lejos de aceptarse. Menger incluso se negó a reeditar su Principios
de economía política porque sabía la razón de que no se comprendiera, y
estuvo dedicado los últimos años de su vida preparando una revisión completa
que incluyera tanto los Principios, como el Método. Quizás se
propuso un objetivo demasiado ambicioso, pues no pudo terminarlo, y aquel
esfuerzo lamentablemente sólo quedó en forma de una serie de notas manuscritas
desordenadas que ni su hijo pudo ordenar. Aquél sólo pudo publicar algo sobre
la parte referente a la economía.
El Método de Menger supone una revolución de 360º
sobre la manera en que a día de hoy los humanos, entendemos tanto a la ciencia
así como el conocimiento. La incomprensión de sus contemporáneos académicos le
hizo ir a estudiar la base, los fundamentos sobre los que se asientan
los conocimientos que llamamos científicos. Y se dio cuenta del hecho de
que las universidades, los centros académicos, están nada más y nada menos que
en terreno resbaladizo, asentados en una serie de inercias y
aceptaciones heredadas por tradición, que muy poca gente se atreve,
desde los mismos centros académicos, a poner en duda. ¿Los doctores y
catedráticos aman demasiado su posición social o sillón como para
ponerse a pensar? ¿Qué sentido tienen las universidades hoy en día si no se
alienta el espíritu crítico?
Aunque sólo tengamos unas meras trazas del método que nos legó Menger, después de más de cien años de su publicación, misteriosamente cobra vida de nuevo, y no sólo es válido para la economía, como ha demostrado la Escuela Austriaca de Economía, que predijo la crisis actual ante la indiferencia de los economistas oficiales, sino que también sirve para replantear el llamado método hipotético-deductivo para otras ciencias como serían la biología, la sicología, la sociología, la medicina, y no digo la física ni la química ni las matemáticas porque el método de Menger ya se aplicaba en ellas de forma espontánea o involuntaria.
Aunque sólo tengamos unas meras trazas del método que nos legó Menger, después de más de cien años de su publicación, misteriosamente cobra vida de nuevo, y no sólo es válido para la economía, como ha demostrado la Escuela Austriaca de Economía, que predijo la crisis actual ante la indiferencia de los economistas oficiales, sino que también sirve para replantear el llamado método hipotético-deductivo para otras ciencias como serían la biología, la sicología, la sociología, la medicina, y no digo la física ni la química ni las matemáticas porque el método de Menger ya se aplicaba en ellas de forma espontánea o involuntaria.
A Nietzsche le pasó algo similar. Era un notable doctor de
filología clásica en la Universidad, y le da por publicar El nacimiento de
la tragedia. Evidentemente, ninguno de sus compañeros de docencia entiende
una mierda de aquello sobre lo que el bueno de Friedrich está hablando,
e incluso le llegan a decir: Nietzsche ha dejado de ser un docto. A lo que
él replica en su libro Así habló Zaratustra, en el capítulo sobre los
“doctos”:
Mientras
yo yacía dormido en el suelo vino una oveja a pacer de la corona de hiedra de mi
cabeza, - pació y dijo: «Zaratustra ha dejado de ser un docto». Así
dijo, y se marchó hinchada y orgullosa. Me lo ha contado un niño. Me
gusta estar echado aquí donde los niños juegan, junto al muro agrietado, entre
cardos y rojas amapolas. Todavía soy un docto para los niños, y también para
los cardos y las rojas amapolas. Son inocentes, incluso en su maldad. Mas
para las ovejas he dejado de serlo: así lo quiere mi destino - ¡bendito sea! Pues
ésta es la verdad: he salido de la casa de los doctos: y además he dado un
portazo
a mis
espaldas. Durante demasiado tiempo mi alma estuvo sentada hambrienta a su mesa;
yo no estoy adiestrado al conocer como ellos, que lo consideran un cascar
nueces. Amo
la libertad, y el aire sobre la tierra fresca; prefiero dormir sobre pieles de
buey que sobre
sus dignidades y respetabilidades. Yo soy demasiado ardiente y estoy demasiado
quemado por pensamientos propios: a menudo me quedo sin aliento. Entonces tengo
que salir al aire libre y alejarme de los cuartos llenos de polvo. Pero ellos
están sentados, fríos, en la fría sombra: en todo quieren ser únicamente
espectadores, y se
guardan de sentarse allí donde el sol abrasa los escalones. Semejantes a
quienes se paran en la calle y miran boquiabiertos a la gente que pasa: así
aguardan también ellos y miran boquiabiertos a los pensamientos que otros han
pensado. Si se los toca con las manos, levantan, sin quererlo, polvo a su
alrededor, como si fueran sacos de harina; ¿pero quién adivinaría que su polvo
procede del grano y de la amarilla delicia
de los campos de estío? Cuando se las dan de sabios, sus pequeñas sentencias y
verdades me hacen tiritar de frío: en su sabiduría hay a menudo un olor como si
procediese de la ciénaga: y en verdad, ¡yo he oído croar en ella a la rana! Son
hábiles, tienen dedos expertos: ¡qué quiere mi sencillez en medio de su
complicación! De hilar y de anudar y de tejer entienden sus dedos: ¡así hacen
los calcetines del espíritu! Son buenos relojes: ¡con tal de que se tenga
cuidado de darles cuerda a tiempo! Entonces señalan la hora sin fallo y, al
hacerlo, producen un discreto ruido. Trabajan igual que molinos y morteros:
¡basta con echarles nuestros cereales! – ellos saben moler bien el grano y
convertirlo en polvo blanco. Se miran unos a otros los dedos y no se fían del
mejor. Son hábiles en inventar astucias pequeñas, aguardan a aquellos cuya
ciencia anda con pies tullidos, - aguardan igual que arañas. Siempre les he
visto preparar veneno con cautela; y siempre, al hacerlo, se cubrían los dedos
con guantes de cristal. También saben jugar con dados falsos; y los he
encontrado jugando con tanto ardor que al hacerlo sudaban. Somos
recíprocamente extraños, y sus virtudes repugnan a mi gusto aún más que sus falsedades
y sus dados engañosos. Y cuando yo habitaba entre ellos habitaba por encima de
ellos. Por esto se enojaron conmigo. No quieren siquiera oír decir que alguien
camina por, encima de sus cabezas; y por ello colocaron maderas y tierra e
inmundicias entre mí y sus cabezas. Así amortiguaron el sonido de mis pasos: y,
hasta hoy, quienes peor me han oído han sido los más doctos de todos. Entre
ellos y yo han colocado las faltas y debilidades de todos los hombres: - «techo
falso» llaman a esto en sus casas. Mas, a pesar de todo, con mis pensamientos
camino por encima de sus cabezas; y aun cuando yo quisiera caminar sobre
mis propios errores, continuaría estando por encima de ellos y de sus cabezas.
Pues los hombres no son iguales: así habla la justicia, ¡y lo que yo
quiero, eso a ellos no les ha sido lícito quererlo!
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